domingo, 11 de marzo de 2012

Volver a reir


Hoy hace exactamente una semana que me volví a reir. Hacía algunos meses que ésto no ocurría. La risa fue corta, apenas duró unos segundos, lo justo para que se me empañaran los ojos por unos instantes.

Y no fue precisamente con ningún video gracioso de YouTube, ni leyendo alguno de los miles de emails de cachondeo que recibo cada día, ni viendo ningún programa de humor en televisión (que por cierto, cada vez hay menos). Porque esas cosas me hacen sonreir. Pero eso es todo: una simple sonrisa que te hace sentir bien durante unos instantes. Nada más.

El caso es que este detalle me invitó, una vez más, a reflexionar. Me planteé cuantas veces me había reido (de verdad) en estos últimos años. Reirme, me refiero, sintiendo que las lágrimas se me saltaban y que tenías ganar de ir al baño. Las conclusiones no fueron muy alentadoras: muy pocas veces.

Todo ésto me hizo pensar en los momentos en los que más me he reido en mi vida, y eso me remontó a un pasado muy, muy lejano. Yo tendría unos 12 años, y por circunstancias a las que quizás dedique otro relato, me reía muchísimo y con bastante frecuencia. No importa el cómo, ni el por qué. Pero me descojonaba de la risa... En los años siguientes, la frecuencia de mis risas había disminuido considerablemente, y todo parecía haberse quedado, casi siempre, en simples sonrisas. La cosa se ponía negra...


Sin embargo, estas mismas reflexiones me hicieron plantearme algo más: ¿cuántas veces había visto a otras personas reirse conmigo? No sonreir, que de esas también, sino reir. Me refiero a descojonarse de la risa, a partirse el ojete, a mearse encima.

La verdad es que me animé bastante recordando los muchísimos momentos en los que ésto había ocurrido. No importaba en qué periodo de mi vida me encontrara, ni las circunstancias que me pudieran rodear, ni dónde, ni con quién o quiénes estuviera: siempre recordaba gente riéndose conmigo en algún momento u otro. La gente era diferente, eso sí, las circunstancias también, pero así las visualicé: descojonandose. Y eso me animó...


Hoy hace una semana que vi a un niño y a una niña, muy pequeños los dos, jugando y compartiendo sus pequeños momentos de ilusión. En un momento inesperado, el niño se dirigió a la niña con un gesto inocente, pero travieso. La niña, al ver sus intenciones, esperaba el beso con una mezcla de estupefacción e incertidumbre, ya que no sabía muy bien lo que estaba a punto de ocurrir. Todo el proceso duró unos 20 segundos, ya que el niño no acertaba a posar sus labios sobre la mejilla de la niña...

Finalmente, desesperado, y viendo que no atinaba, el niño se apartó de la niña, y entre las risas de ambos, de repente propinó un fuerte guantazo (que, a mi juicio, pudo haberle hecho daño) a la niña.

Para mi sorpresa, ambos acabaron la escena con una profunda carcajada. No había pasado nada: seguían tan felices.

Y eso fue lo que me hizo reir... Y eso es lo que quiero seguir haciendo: reir. Y si no me río, por lo menos que sigan riéndose conmigo, o al menos, hacerles conservar esa sonrisa que jamás deberían perder.

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