lunes, 23 de julio de 2012

The Fax Machine (III)

Un viernes por la tarde, de vuelta a casa, recibí una llamada telefónica. Era Julia, de Kelly Services: mi trabajo en Pentland Shipping había finalizado. Tenían otro 'assignment' para mí que podría interesarme. Aunque el nuevo encargo no sonaba muy emocionante, y pese a estar peor remunerado que el anterior, éste sólo duraría un par de semanas. Luego, según Julia, podría optar a otros trabajos más interesantes. Sin dudarlo, acepté inmediatamente.


82 King Street, Manchester, sede de Michael Page, Sales & Marketing
El caso es que, días antes, y aprovechando una visita rutinaria a Kelly Services, mantuve una breve conversación con Julia. En ella le mencioné, entre otras cosas, que la monotonía de aquel trabajo en Pentland Shipping me estaba volviendo loco. Julia pareció comprenderme en el acto: según me comentó, no era el primero que había empezando a ver (y sobre todo, a escuchar) cosas extrañas en aquella oficina. Es más, se sorprendió de que hubiera aguantado tanto -más de un mes- sin decir nada, cuando la mayoría de los que aceptaban aquel trabajo renunciaba, como mucho, a la semana siguiente.

Fue entonces cuando empecé a comprender muchas cosas: la indiferencia de la plantilla, su hipocresía, la frialdad en sus acciones hacia mí... Estaban tan acostumbrados a ver caras nuevas constantemente, desempeñando las mismas tareas que me habían sido asignadas, que la mía no dejaba de ser una más entre tantas otras. De algún modo, predecían que mis horas allí estaban contadas. 


Mi nuevo empleo empezaba el propio lunes, y pese a todo, creí conveniente ponerme en contacto con mis ya ex-compañeros para, al menos, despedirme de la manera más profesional y cordial posible. No obstante, estaba muy cansado, así que decidí acostarme pronto y dejar la llamada para el sábado.

Pero no me fue fácil conciliar el sueño. Pasé varias horas escogiendo minuciosamente mis palabras, ensayado y repitiendo mentalmente una y otra vez lo que iba a decir en aquella conversación telefónica. A las 5.30 de la madrugada, cuando creía haber acabado, miré el reloj por última vez, y finalmente, caí rendido, vencido por el sueño.

A la mañana siguiente me desperté pronto, a eso de las 10.00. Había dormido poco, pero me sentía bien, o al menos esa era la sensación que tenía. Aunque no le di mayor importancia, me di cuenta de que estaba desnudo. Posiblemente habría pasado calor, pese a la época del año en la que nos encontrábamos. Rápidamente, me vestí, desayuné, y me dispuse a realizar aquella llamada que tanto había preparado.

Mis primeros intentos resultaron fallidos: el teléfono comunicaba constantemente, y otras veces parecía no haber señal. Tras mucho insistir, por fin comencé a escuchar los tonos. Tras diez segundos, alguien descolgó el teléfono... alguien a quién no esperaba oír...

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