viernes, 21 de febrero de 2014

Refrito de lo absurdo

El Valle cubierto de flores, un siglo antes
de su colonización industrial. Año 1834.
Justo cuando los martillazos del vecino de arriba empezaban a aliviar la jaqueca que me venía atormentando desde primera hora de la mañana, me vino a la cabeza el recuerdo de aquella inmensa planicie cubierta de flores en medio de la nada. Como para olvidarla...

Recordé a aquel impresentable vestido con traje de chaqueta correteando por el descampado, móvil en mano, jurando y perjurando que no había sido responsabilidad suya el haber estafado a tanta gente durante esos últimos años.

Vertedero sobre el antiguo suelo de
Potasas y Derivados. Año 2021.
La culpa, como casi siempre, había sido de Zapatero, pero ahora ya nadie le creía, excepto el instructor de "snowboard"... Otro pedazo de cabrón. Uno de tantos. Pero éste era de los buenos. Incluso más que su amiguito, el guaperas del móvil... Los dos sabían que en unos pocos meses también irían fuera, aunque el instructor estaba sospechosamente tranquilo. Se había asegurado un gran futuro gracias a los favores que les llevaba haciendo a los demás borregos desde hacía décadas. Había sido listo -que no inteligente-, tanto o más que los otros desgraciados que habían estado riéndose de nosotros durante años, dando vueltas alrededor de nuestras casas, regocijándose, viendo como familias enteras se pudrían en la miseria gracias a ellos. Pena me daban los cientos de chavales (o 'ninjas', como él solía llamarlos) a los que, con sus clases de "snowboard" en el vertedero más grande de la ciudad, hacía creer que llegarían lejos, vendiéndoles humo a cambio de un buen puñado de pasta.

No, no era justo. Tan sólo eran unos niños. Y precisamente, quizá eso era lo primero que debían de haber aprendido: que el mundo no es justo, y que aunque la culpa no siempre es de los demás, nunca debemos tomarnos la justicia por nuestra mano.

Cierto es que a mi me dieron dinero sin yo pedirlo, pero también lo es el hecho de que yo mismo lo hubiera dado cuando a mí me lo pedían. E igual de cierto es que yo ofreciera ayuda sin que tampoco me la solicitaran. O que igualmente yo la necesitara sin que nunca antes la hubiera pedido. O que, en algún momento, hubiera dejado de ayudarles, pensando, simplemente, que alguien más ya lo estaba haciendo por mi...

Ascensor acristalado y escaleras mecánicas.
Espacio Mediterráneo (Cartagena). Año 2014
Como en aquel incidente en el centro comercial, por ejemplo. Sabía que aquel tipo de barba jamás debía de haber tomado las escaleras mecánicas. Lo había visto en mi sueño la noche anterior, pero no era yo el que tenía que haberle avisado del peligro. De hecho, ni siquiera tuve la oportunidad de hacerlo. Tan sólo me limité a observarle, impotente, desde el ascensor acristalado en el que me encontraba atrapado, esperando a que todo ocurriera mientras alguien me sacaba de allí dentro.

Y de hecho, cuando el trágico desenlace ocurrió, cuando ya por fin me rescataron, pese a conocer de antemano el destino que deparaba a aquel hombre de barba que tantas veces se había aparecido en mis sueños, me eché a llorar como un 'ninja' más, consternado, afectado, frustrado. Tuvo que ser alguien de los de la fiesta del piso de abajo quien se acercara y me reconfortara. Alguien que, apenas dos meses atrás, me había sustituido a mí mismo en mi trabajo mientras yo hacía el eTwinning en Suiza. El mismo que salió disparado de boxes cuando aún le estaban cambiando las ruedas a su Formula 1, y que luego no pudo frenar a tiempo. El mismo que acabó descendiendo por el vertedero de Potasas y Derivados mientras saludaba al resto de ninjas que le observaban desde el anfiteatro.

De repente, aquella inmensa planicie cubierta de flores en medio de la nada, aquel gilipollas del móvil, el 'instructor' cabrón, los inocentes 'ninjas', el misterioso tipo de la barba... TODO desapareció de mi mente y volví al mundo real. Eran ya las 9.40pm. Habían pasado casi dos horas desde que empecé a escribir aquel absurdo relato. Los martillazos del vecino de arriba habían cesado. El mueble del IKEA se le había resistido durante toda la tarde, pero al final lo había conseguido.

¡Ole tus huevos, campeón! Lo que me hiciste sacar con tus martillazos mientras montabas el puto mueble...



"Refrito de lo absurdo" © 2014 Sergio V. 

Un relato de ficción inspirado por un conglomerado de tópicos, lugares, emociones y experiencias (terrenales y oníricas), que tomó forma durante la tarde de un viernes atípicamente lúcido, y que puso colofón a una larga y dura semana de entre otras muchas.

Gracias a todos los que inspiraron el relato y a los que no permitieron (entre ellos yo mismo) que el conglomerado acabara siendo algo que nunca debió haber sido: historia.

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