sábado, 24 de marzo de 2012

La inocentada (V)

Billy tardó apenas ocho minutos en llegar a la puerta del edificio donde vivían sus ex-compañeros de piso. Tras detener el coche sobre la acera, paró el motor y esperó unos instantes a que acabara la canción que en ese momento estaba sonando en la radio. Acto seguido, salió del coche, sacó un manojo de llaves de su bolsillo, y abrió la puerta de la entrada.

Ya en el patio interior, Billy aprovechó para sacudirse el barro de las botas. Fue entonces cuando se fijó en las colillas, papeles y restos de basura que seguían colapsando aquel lugar. ¿Cómo pude aguantar un año entero aquí en estas condiciones?, pensó.

En el corto tramo que unía el patio con los acensores, Billy volvió a escuchar aquellos gritos, aquella televisión a todo volúmen y aquel ensordecedor ladrido de perro que siempre alertaba de la llegada de un extraño. Todo le parecía familiar...

Al llegar al rellano, Billy observó detenidamente ambos ascensores. En uno de ellos se podía leer, escrito con tiza: "No funciona". Entonces recordó aquella tarde de invierno en la que permaneció atrapado durante más de dos horas en ese mismo ascensor, sin que ningún vecino se molestara en ayudarle a salir. Curiosamente, tuvo que ser uno de sus ex-compañeros de piso quien, tras muchas súplicas, acabara llamando al técnico, algo que, aunque le costara admitirlo, agradeció de corazón en su momento .

Tras mucho dudar, Billy se subió en el otro ascensor, que aparentemente estaba operativo. De repente, una risa tonta empezó a dibujársele en la cara: la inocentada que tanto tiempo había estado preparando le parecía de lo más simple y absurda, pero era por eso precisamente por lo que tanto le gustaba. ‘Quien les iba a decir a estos bastardos que, en un día como hoy, semejante capullo les iba a acabar aguando la fiesta...’, pensó.

Mientras llegaba al quinto piso, imaginó lo a gusto que estarían en esos momentos sus ex-compañeros de piso, gastando bromas en sus respectivos pueblos, y sin más preocupación que la de encontrar a alguien más a quien fastidiar. También visualizó sus caras de asombro, maldiciendo una y mil veces al encontrarse la faena que algún desgraciado les había hecho en su piso.

Billy salió del ascensor, y observó que todo seguía igual que siempre: la misma puerta destartalada, el mismo cerrojo oxidado, el mismo agujero en la pared, las mismas pintadas... Antes de abandonar aquel piso definitivamente y devolver las llaves al casero, Billy se había tomado la molestia de hacer una copia de seguridad, en caso de que algún día tuviera que venir de visita. Y ese día había llegado...

Antes de abrir la cerradura, Billy llamó al timbre de la manera que siempre solía hacer. ‘¡Soy yo, no me hagáis nada!’, murmuró. Tal y como había imaginado, nadie abrió. Entonces introdujo la llave en la cerradura, la giró despacio, y con un suave tirón hacia atrás, la puerta se abrió sin mayor dificultad.

Una vez dentro del piso, Billy reconoció aquel olor a humedad que salía del aseo pequeño y que se esparcía por toda la casa. Según fue cruzando el pasillo, entró en el comedor, y se dio cuenta de que todo estaba tal cual lo había dejado, excepto algún pequeño detalle. '¡Deberíais haber cerrado las ventanas antes de iros! En días de lluvia, el agua puede entrar y, ¿no querréis que se os moje la casa, verdad?'.  A continuación, volvió al pasillo y anduvo hasta toparse con la que durante todo un año había sido su habitación. Allí seguían la cama, las dos estanterías, el sillón de lectura en el que tantos libros había leído. Ahora, además, alguien había añadido un antiguo armario de madera y una mesa de camilla llena de ropa sucia.

Entonces un recuerdo casi mágico le cruzó entonces la mente... Y es que, pese a todo, ¡qué buenos ratos había pasado en aquella habitación!

(continuará)

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