miércoles, 14 de marzo de 2012

La inocentada (II)

'Should I drink another drink, say another lie...'

Así empezaba aquella canción que tanto gustaba a James. El ritual siempre era el mismo: cada vez que iniciaba un largo viaje, lo primero que hacía era abrir la guantera, escarbar entre el montón de cassettes que había ido recopilando durante los últimos años, hasta finalmente dar con aquella mítica cinta que tan buenos recuerdos le traía. Finalmente, se abrochaba el cinturón, se ponía sus gafas de sol y, con un fuerte acelerón, arrancaba el coche rumbo al infinito.

James había estado planeando aquel viaje durante todo el mes de Diciembre. 'Cause I'm falling on the floor, I'm climbing up the walls, and everytime I get a grip I seem to lose myself just a little more'

James empezaba a animarse. Poco a poco iba aumentando el volumen del sistema de audio, lo mejor, sin duda, de su viejo Seat 127 del 83, hasta acabar encontrando el nivel perfecto.

El coche nunca le había dado problema alguno... hasta aquel día. Un extraño ruido parecía resonar en el interior del motor, pero James, completamente ido por la intensidad de la música, no pareció reparar en él.

Y entonces llegó el éxtasis: 'It's like an addiction!!!' 'It's like an addiction!!!'. James enloquecía cada vez que llegaba el estribillo, pues le hacía tocar el cielo. 'It's like an addiction,  and I just can't break free of the madness. It's like an addiction, am I the only one with the sadness.'

De repente, un humo negruzco comenzó a salir del radiador.

'¡Maldita sea!', gritó James mientras detenía bruscamente el coche en el arcén. '¡No me lo puedo creer!'.

Rápidamente, se bajó del coche y abrió el capó. Lo que encontró no parecía demasiado esperanzador... No podía creer lo que le estaba pasando. Y fue entonces cuando empezó a temerse lo peor. James volvió al interior del coche, y mientras el humo seguía brotando sin parar, permaneció unos minutos pensativo, y de repente hundió la cabeza en el volante.

La situación era esperpéntica: un Seat 127, detenido en medio de una carretera comarcal que muy pocos conocían, con el motor ardiendo, y un enorme tarugo barbudo de mas de 1,90m de estatura llorando a moco tendido en su interior.

¡No puede ser, no puede ser!, se repetía una y otra vez.

Y de hecho, era imposible. El día anterior lo había dedicado casi por completo a poner a punto el vehículo. No acertaba a entender cómo, apenas 13 kilómetros después de haber iniciado el viaje, el motor de aquel coche que a tantos sitios le había llevado y traido acabara fundiendose y ardiendo de semejante manera.

A los pocos minutos, James se dio cuenta de que de nada le iba a servir llorar como una niña. Al ver que ningún conductor (de los pocos que pasaron por el lugar) se decidía a parar y socorrerle, salió como pudo del coche y se dirigió con desgana en busca del puesto de socorro más cercano.

(continuará)

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