miércoles, 6 de junio de 2012

The Fax Machine (II)


Como cada día, a las 9.02 de la mañana, me encontraba sentado delante del ordenador, dispuesto a escanear facturas y pedidos durante horas y horas. Según me habían comentado en Kelly Services, este trabajo me llevaría una semana como máximo, pero poco a poco fui comprendiendo que aquellas montañas de papeles no iban a ser cosa de una semana, sino tal vez de meses...
 
Vista de The Lowry desde mi ventana en Pentland Shipping
A las 9.13, yo ya no era una persona, sino un robot. El proceso siempre era el mismo: quitar grapa, escanear, guardar documento en PC, poner grapa, archivar... y vuelta a empezar. Durante el resto de las siete horas que duraba mi jornada laboral, observaba cómo aquella bola de grapas se hacía cada vez más grande. De vez en cuando, miraba por la ventana de la oficina en busca de algún rincón de Salford Quays que me hubiera pasado desapercibido anteriormente y con el que entretenerme durante al menos unos instantes. Mientras tanto, tan sólo algunas facturas curiosas (como aquel gran pedido de extravagantes camisas a nombre de Liam Gallagher), me hacían volver al mundo real, aunque no tardaba mucho tiempo en regresar a mi limbo particular.

Pero aquel lunes 28 de Febrero ocurrió algo que cambiaría mi rutina diaria de manera radical: a las 9.18, una misteriosa voz, femenina, burlona, cantarina, difusa, parecía hablarme desde el interior de la "fax-machine". Lo más sorprendente era que nadie en la oficina, excepto yo, parecía prestarle la más mínima atención. Tampoco me extrañó mucho. Al fin y al cabo, a aquellos bastardos no les preocupaba otra cosa que sus propias vidas, y por mucho que intentara explicarlo, no harían nada por comprenderme. Para ellos, tan sólo era un español más, moreno y peludo, aprendiz de inglés, que estaba allí de paso, y con poco interesante que contar.  ¿Es que están todos sordos? ¡Por el amor de Dios, había una mujer atrapada en la "fax-machine"... ¿y a nadie le importa?, pensé.

Foto real de la gran bola de grapas usadas.
Pero, sinceramente, todo eso me daba igual. Lo que realmente me preocupaba era averiguar cómo diablos había ido a parar allí aquella mujer. Las horas pasaban: risas... silencio... canciones... silencio... más risas... más silencio... De repente, frases indescifrables... Por mucho que intentara comunicarme con ella, sabía que nunca lo lograría. Ni yo me atrevía a hacerlo, ni estaba seguro de que habláramos el mismo idioma. Me sentía frustrado por no comprenderla...

Pasaron dos semanas. Y ahí seguía ella, atrapada en la máquina del fax. Y yo, escaneando facturas y engordando la bola de grapas que acabaría trayendo conmigo de recuerdo a España casi un año después...

Y fue entonces cuando empecé a plantearme algo: tenía que averiguar, de una vez por todas, quien era aquella mujer, y qué quería de mí, y qué trataba de decirme...

Si no, acabaría por volverme loco...