Lo último que le faltaba por aguantar a James, aparte del tremendo chaparrón que llevaba cayendo en casi todo el país durante los pasados dos días, eran las bromas del resto de conductores que circulaban por la aquella carretera.
"¡Inocente! ¡Inocente!", le gritó uno.
James mantuvo la calma.
"Te llevaría, pero es que me vas a poner el coche perdido", le dijo otro, disimulando una estúpida sonrisa que no venía al caso. James siguió avanzando, rumbo a casa.
La mano de James adoptó entonces otra posición. No sería ahora el dedo pulgar el que apuntara hacia el cielo, sino el dedo corazón.
A medida que recorría los 13 kilómetros que le separaban de su casa, la ira se fue apoderando de James cada vez más. ¡Que rabia le daba todo lo que había pasado!
Para colmo, había dejado el piso pulcro antes de irse, ¡y lo último que le apetecía era tener que ensuciarlo todo de barro y agua!
No obstante, haría todo lo estuviera a su alcance por manchar lo menos posible...
(continuará)
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