Erase una vez un ángel terrenal, blanco, puro y radiante, que tenía
encomendado hacer el bien y tender la mano a todo el que lo necesitara,
entregando su propia vida, si fuera necesario, por ayudar a los demás.
Con el paso de los años, el ángel fue superando todo tipo de dificultades y
adversidades, propias y ajenas, logrando a la vez todo aquello que se proponía. El ángel obtuvo así su gran recompensa final:
Dios le obsequió con una vida idílica, llena de paz, felicidad y armonía.
Pero un inesperado día, sin motivo ni explicación aparentes, Dios decidió poner a prueba
al ángel, convirtiéndolo en ave, proporcionándole un nido, polluelos, y un guardián protector que debía velar por ella. Al día siguiente, Dios le arrebató todo, y por si fuera poco, le arrancó una de sus alas y la escondió en algún lugar remoto del cielo, allá donde fuera casi imposible encontrarla. Privada de su derecho a volar, el ave fue recluida en lo alto de una montaña, desde donde todo cuanto podía
ver a su alrededor eran negras nubes, y más y más montañas.
Pasaron horas, días, meses... Allí yació el ave, agazapada, asustada, envenenada... descorazonada. Su único sustento eran las pocas gotas de lluvia que caían ocasionalmente
sobre la cima de la montaña, junto con los escasos restos de comida que otras aves, las más
osadas, dejaban caer sobre ella desde las alturas. Nada ni nadie podía ver la débil
luz que aún quedaba en ella.
Pasaron horas, días, semanas... El ave asomaba tímidamente la cabeza, pero
siempre veía lo mismo. Y así, se hundía en su nido sumida en la más absoluta
tristeza. Por la noche, la situación era aún peor: obscuridad, truenos, relámpagos, silencio... y vuelta a empezar.
Pasaron meses, años, lustros... pero, poco a poco, el ave comenzó a sentirse mejor. El
efecto del veneno comenzó a diluirse, así que, con cierta timidez, el ave volvió a asomar la
cabeza con más y más confianza. Al mismo tiempo, las otras aves que habían estado sobrevolando el nido durante su destierro parecían querer
decirle algo, pero el ave no acertaba a comprender qué era.
Hasta que una noche algo diferente ocurrió: por primera vez, el cielo apareció despejado, la luna
y las estrellas iluminaban el entorno dándole de un toque casi celestial. De repente,
tres alas doradas cruzaron velozmente el cielo, y acabaron perdiéndose en el
horizonte. El ave estaba estupefacta, y tras la visión de las alas doradas, por fin
pudo conciliar el sueño.
Día a día, el ave recobraba fuerza y vitalidad, pero sabía que
aún le faltaba algo. Cada noche, observaba aquellas alas doradas que cruzaban el
cielo, marcando un camino a seguir, siempre el mismo, hasta que
desaparecían en el horizonte.
Durante el día, las otras aves seguían intentando comunicarse con ella, y
en un momento, por fin empezó a comprender:
- "¡Aún tienes un ala, haz un último esfuerzo y
échate a volar!"
- "No puedo, me caeré."
- "Espera a la noche y sigue a las alas
doradas".
Y así hizo.
Al caer la noche, el ave esperaba impaciente. Por fin vio aparecer las alas
doradas.
- "Échate a volar y sigue a las alas doradas", recordó.
Armada de valor,
el ave saltó del nido, batiendo débilmente el único
ala que tenía. Pero se precipitó vertiginosamente hacia el vacío. En su caída, observaba las alas doradas cruzando el cielo, pero cada vez estaban más
lejos. Era el fin... ¿o no?
De repente, algo mágico ocurrió: haciendo un último esfuerzo, el ave empezó
a remontar el vuelo, y dando tumbos, consiguió ascender
hasta casi llegar a las alas doradas. Cuando estaba a punto de desfallecer por el increíble esfuerzo, las
alas pararon el ritmo, y una de ellas se separó del grupo y se acopló al ave, llenándola de
energía que le permitió seguir su camino junto con las otras dos alas, para acabar perdiéndose en el mismo horizonte que tantas otras veces había observado desde su nido.
Al llegar al final del trayecto, Dios esperaba al ave y a las otras dos alas:
- "Por fin has llegado a tu
destino. Has superado la prueba. Ahora puedes regresar".
- "Pero... ¿por qué me has puesto
a prueba, Señor?"
- "La explicación sólo la tienes tú. Sólo quería que
comprendieras que las cosas pasan por algo, que esta experiencia te hará más
fuerte, y que brillarás con más luz de la que jamás hayas brillado. Recuperarás tu
condición de ángel terrenal, seguirás haciendo feliz a la gente, y todos te
estarán eternamente agradecidos. Yo seguiré aquí esperándote, pero no
tengo ninguna prisa por tu regreso: aún te queda mucho por vivir".
[...]
La historia anterior, o relato, o parábola, o como queráis llamarla, fue escrita en agosto de 2012, en un periodo especialmente delicado de mi vida. Su inspiración fue un tema que compuse originalmente en Noviembre de 2003, el cual, por aquel entonces, titulé "On a day like today". La única letra a la que hacía referencia aquella canción eran "tres alas doradas que cruzaban el cielo y que guiarían el camino en tal día como hoy".
La maqueta original de "On a day like today" está subida a SoundCloud y puede escucharse gratuitamente desde el link de abajo. En unos pocos días, y casi diez años después de haber escrito el tema original, una versión remasterizada de "On a day like today" se hará pública (con letra y voz?).
Si Dios quiere...